3 de julio de 2015

Dulzura

Bombones
Dulzura

Salió de la oficina tarde, como venía siendo costumbre y declinó amablemente la invitación de sus compañeros a tomar una copa rápida antes de ir a casa. Sabía muy bien que nunca era una copa y que podían pasar horas antes de que sus compañeros emprendieran el camino de vuelta a sus hogares. No podía comprenderles. Él, como cada día, estaba deseoso de llegar a casa para poder estar con su mujer. Hacía años que ella había llegado a su vida y a su casa, pero aun le pesaba estar siquiera unas horas alejado de su lado. Sonrío para sí. Hoy le llevaría un regalo.

Se dirigió a una pastelería artesana de cierta reputación y que vendía unos bombones deliciosos. Miró el reloj. Estaban a punto de cerrar, así que aceleró el paso mientras su mente divagaba sobre lo irónico de su regalo. A su mujer le encantaba que le comprara bombones, podía verlo en su cara cada vez que aparecía con ellos por la puerta, pero siempre acababa comiéndoselos él si no quería que se echaran a perder. Así eran las mujeres, reflexionó, lo que más les importaba era saber que sus maridos pensaban en ellas.

Llegó al local justo a tiempo y, con una mirada de disculpa a la dependienta, que ya recogía para cerrar, le pidió una caja de bombones envuelta para regalo. La mujer sonrió. Ya le conocía y sabía que aproximadamente una vez al mes le compraba bombones a su mujer. Siempre llegaba cuando estaban a punto de cerrar, pero como siempre era amable a la mujer no le importaba. Además era agradable ver como se le iluminaba el rostro y la voz se le colmaba de ternura al hablar de su pareja. Era indudable que la amaba.

Llegó a su casa y abrió la puerta. Encontró a su amada en el sofá, frente a la televisión, donde la había dejado por la mañana. Ni siquiera volvió la cabeza para mirarle. A él no le importó, porque sabía que ella era así. Caminó hasta interponerse entre ella y la televisión, le mostró los bombones y le dio un beso. Ella no reaccionó, ni mudó su gesto, pero él sabía que estaba encantada. ¿Cómo no iba a estarlo, si los había comprado para ella? ¿Cómo no iba a ser feliz, si él la amaba como nunca había amado?

Entonces vio que el rostro de ella se iluminaba y que era dichosa por tenerle a su lado. Pocas personas eran capaces de leer en la expresión de una muñeca a escala real; pero él si podía, porque la quería con toda su alma.

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