12 de junio de 2015

Un relato de Antonio

Antonio Soler Manzanares, autor de Gehenna y Femínidos



Hola amigos,

Como el viernes pasado, hoy quisiera presentaros el relato de un compañero para amenizaros el día.

Hoy tengo el honor de publicar un texto de mi amigo Antonio Soler Manzanares, autor del ensayo Femínidos. El final de nuestra especie y la novela Gehenna (ambos podéis encontrarlos en Bubok, os dejo los enlaces en comentarios), que ha tenido la deferencia de escribir su relato expresamente para este blog. Muchas gracias, Antonio.

Aquí os dejo el texto. Disfrutadlo :-)


Malditos mosquitos

El sudor pegado al cuerpo, atontado por el sueño, incómodo por la picada de mosquito en el vientre. Le costaba concentrarse en nada; no debió haber abierto la ventana. Intentó abrir los ojos pero no veía ¡Qué calor! El aire era denso. Entonces se dio cuenta ¡Estaba sentado!  No podía pensar con claridad, pero estaba sentado sobre sus piernas cruzadas en... ¡Aquello no era su cama!

Parecía... Palpó con las manos a los lados; era como... como si estuviese dentro de un balón de futbol deshinchado; un balón de su tamaño. Qué tontería. Aquello debía ser parte de un sueño, aunque la picada del vientre sí era real, escocía.

Pese a estar muy aturdido intentó, no sin un gran esfuerzo, ponerse en pie apoyando las manos en esa extraña piel que formaba el no menos extraño balón. Palpó hacia arriba y encontró lo que parecía ser una salida, un estrecho paso, la única abertura que fue capaz de hallar. Al ponerse en pie, tocó algo que estaba apoyado en la abertura, una especie de sable. No conseguía verlo en aquella oscuridad, pero era rígido y punzante en el extremo que alcanzaba a palpar. Además, parecía hueco, como atravesado de punta a punta por un orificio. Extraño sable.

Continuó su camino hacia el exterior. Se sujetó al sable para salir, con gran dificultad, del extraño y elástico cuero que lo aprisionaba. Aturdimiento, sudor, sofoco, escozor, falta de visión, entumecimiento muscular, ... Fue terrible, pero aun así consiguió sacar medio cuerpo de la extraña bolsa y llegar a otro receptáculo, que parecía excavado en la tierra. Para ser un sueño ya duraba demasiado. Por fin consiguió sacar las piernas y sentarse en la parte exterior. Entonces  recorrió la superficie del lugar con la mano, todavía a oscuras pero ya con algo de penumbra que le permitía percibir formas entre sombras. La extraña espada terminaba en un gran balón peludo, con dos más pequeños a los lados, pero aquello... ¡Aquello era orgánico!

Se sobresaltó y retiró la mano de golpe. Pero nada se movió; fuese lo que fuese aquello, estaba muerto. La poca claridad que percibía provenía de detrás de lo que fuese que había tocado. Tenía que atravesar aquello para salir. Lo observó de nuevo. Era enorme, pero definitivamente estaba inerte.

Se armó de valor y palpó de nuevo , no sin asco, con la mano. Recorrió el extraño sable, hasta lo que parecía una cabeza, que acababa en unas... ¡Alas! Alas con grandes venas. Era... era imposible, era cómo... un mosquito, un mosquito del tamaño de un ser humano. La criatura yacía en la boca de la bolsa con el aguijón hacia dentro, cómo si este hubiese sido su último movimiento. Probablemente murió allí mismo. Entonces, él tiró con toda la fuerza que pudo del aguijón hacia dentro, para introducirlo en la cavidad.

Al ponerse en pie, sumó su propia inestabilidad a la del terreno móvil. se dio cuenta de que allí no solo estaba la bolsa de la que acababa de salir, sino que había multitud de bolsas similares pegadas unas a otras. El bajo techo de tierra le obligaba a caminar encorvado, así que esquivó como pudo los diferentes orificios de salida de aquellos extraños balones, apoyando las manos en el techo. Buscó cualquier indicio de luz hasta que, por fin, consiguió encontrar una pequeña apertura que daba a una vía de metro. Solo una marquesina de cristales circulares le separaba de la vía. Metió la cabeza entre las mamparas y después el resto del cuerpo. Pero todavía quedaba un obstáculo entre él y la seguridad de la estación, ya que estaba en la línea 9 del metro y un cristal impedía el acceso de ésta a las vías. Y a la inversa. Frente a él, se hallaban las puertas transparentes que se abrían al llegar el metro para que los pasajeros pudieran entrar. Al otro lado del cristal, un hombre esperaba sentado el próximo tren. Esperaba solo, probablemente debido a lo temprano que era y se sobresaltó al verle salir de la vía. Entonces, desde las vías,  se vio reflejado en el cristal y comprendió el sobresalto del hombre. Parecía un espectro pálido y estaba completamente desnudo.

A pesar del susto, el hombre del andén le ayudó a abrir las puertas y por fin logró salir de la vía. Estaba en la estación de Bon Pastor. Y eso era lo último que recordaba. Desde allí debió emprender camino a casa, porque estaba de nuevo tumbado de lado en su cama. No recordaba cómo había llegado; quizás alguien le abrió la portería y seguramente cogió la llave que tenia escondida en la parte superior del marco de la puerta. Se giró dejó para quedar tumbado boca arriba y se frotó la cara con las manos. Volvería a dormirse. Tal vez fue todo un sueño.

Al despertar medio atontado, lo primero que pensó fue que necesitaba una ducha; le dolía todo el cuerpo y tal vez la ducha sería la solución. Entonces se dio cuenta de que el picotazo en el vientre no formaba parte de un sueño; era muy real. Un fuerte dolor abdominal le hizo llevarse las manos al vientre. Algo se movió dentro. En el espejo, pudo ver como una larva gigante empujaba desde el interior mientras se alimentaba de sus intestinos.

2 comentarios:

  1. Lo prometido es deuda. Los links a los libros de Antonio:

    http://www.bubok.es/libros/205027/Gehenna
    http://www.bubok.es/libros/22008/Feminidos---El-final-de-nuestra-especie

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  2. Escuhhhhhaaaaa!! En la estación de Bon Pastor pasan cosas sorprendentes. Me acordaré de ti todos los días. :-)

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