9 de junio de 2015

El hombre que vivió mil vidas


hombre sosteniendo bastón

 El hombre que vivió mil vidas

El anciano se aproximó con paso renqueante a la mesa de la biblioteca, apoyándose en su bastón y sosteniendo en su mano izquierda un libro encuadernado en cuero. Se sentó con dificultad y acusó la humedad de la tarde en el dolor de sus rodillas. Tras ponerse cómodo, abrió el libro, que crujió levemente y se detuvo un instante a inhalar el maravilloso aroma que despedían sus páginas. "Lo único mejor que el olor de un libro nuevo es el olor a libro viejo", se dijo. Y la promesa silenciosa de ese aroma fue suficiente para acelerar su corazón.

En las horas siguientes, el anciano sonrió en complicidad con el autor, muerto hacía ya mucho, rió con ganas en algunas escenas e incluso lloró con otras. Lentamente, el dolor de sus rodillas fue pasando a un segundo plano y, a medida que la luz de la tarde iba menguando y el hombre se adentraba cada vez más en el libro, su rostro parecía más joven. Podría decirse que la tenue iluminación desdibujaba sus arrugas, pero lo cierto es que la propia mirada y el gesto del anciano cambió.

Llegada la hora acostumbrada, cerró el libro y volvió a ser el mismo hombre que unas horas antes. Se levantó con dificultad, devolvió el libro en el mostrador con modales exquisitos y salió del lugar. Como cada noche, el anciano no pudo evitar maravillarse de que en ese lugar mágico, pudiera vivirse toda una vida en apenas unas horas.

1 comentario:

  1. Esto me ocurre a mí cada día, lo bueno del asunto es que gracias a los libros un joven lo sepa...

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