2 de junio de 2015

El oso




Oso pardo en el bosque

El oso

Un día más, Celia recorría el bosque en busca de su hijo perdido. Habían pasado ya tres meses desde que acampara en el lugar y todavía no habían dado con él. Se encontró su tienda, se encontró su ropa y se encontró mucha sangre. Un oso, dijeron las autoridades. Pero abandonaron la búsqueda y le negaron la posibilidad de decir adiós. Por poco que quedara de su hijo, necesitaba darle sepultura para que pudiera descansar en paz. Para que ambos pudieran descansar.

El Sol se tornó rojizo y las sombras eran cada vez más alargadas. La mujer se sintió desfallecer. Había pasado otro día y no había encontrado nada. No sabía cuánto tiempo iba a poder seguir así. Se dio la vuelta para emprender camino hacia su coche y se encontró de bruces con un oso. Era una enorme bestia parda, que pareció tan sorprendido como Celia ante el encuentro. Pero no tardó en reaccionar. El animal se irguió sobre sus dos patas traseras, alcanzando una altura de poco menos de dos metros y lanzó un poderoso rugido hacia la mujer. Celia quedó totalmente aterrorizada, hasta el punto que cuando el oso rugió, se cayó de espaldas y se quedó sentada en el suelo. En lo único que podía pensar es que se encontraba ante el asesino de su hijo.

Viendo a la mujer en el suelo, el oso se puso a cuatro patas y se dispuso a acabar con ella. De un solo zarpazo con sus oscuras patas delanteras abrió una herida en el hombro derecho de la mujer, que chilló de dolor y cerró los ojos, para no ver cómo la criatura la devoraba viva. Oyó terribles rugidos y al animal moverse,  parecía que se alejaba de ella. Cuando volvió a abrir los ojos, vio al oso pardo luchando con un enorme lobo negro. A pesar de que se trataba de un ejemplar gigantesco, el oso doblaba el tamaño del cánido. Pero el lobo era mucho más rápido. Cada vez que el oso lanzaba un zarpazo o una dentellada, el animal se las arreglaba para esquivarlo y propinarle un terrible mordisco en el flanco o en las patas. Los rugidos de los animales en batalla eran terribles y retronaban en la quietud del bosque. Tras unos breves instantes, el oso huyó despavorido, con todo su pelaje salpicado de heridas.

El lobo entonces se giró hacia Celia, se acercó hasta que sus rostros estuvieron a escasos centímetros y lamió su rostro con su lengua aun cubierta de la sangre del oso. La mujer se sentía tan abrumada que ni siquiera se asustó. De repente, se quedó mirando a los ojos de la bestia y rompió a llorar. Abrazó al lobo, mientras dejaba salir en forma de llanto todo su dolor y su angustia. Por fin había encontrado a su hijo.

2 comentarios: