4 de agosto de 2015

Curación

jungla


Curación

La chamán caminaba por la jungla amazónica en uno de sus frecuentes retiros espirituales. Estaba cansada y su ánimo era sombrío, ya que había tenido pesadillas durante toda la noche y temía que los espíritus le estuvieran advirtiendo que algo terrible iba a ocurrir y que ella debería intervenir. De otro modo, los espíritus no se habrían molestado en advertirle. Consumió una pasta a base de ayahuasca, que ella mismo había preparado, se sentó en mitad de la jungla y empezó a recitar su canción de poder, buscando algo de iluminación. No tuvo que esperar mucho tiempo.

Los gritos le sacaron rápidamente de su trance. Para su sorpresa, procedían del mundo material. A poca distancia de allí una persona estaba siendo atacada. Un puma. La mujer no llevaba armas, pero sí un largo cayado con que se ayudaba a caminar, así que lo cogió presuroso y corrió hacia los gritos. A pesar de que era ya una mujer madura y sus piernas habían visto días mejores, sabía cómo moverse por la jungla. Su larga melena blanca ondeó al ritmo de su carrera, sorteando cada elemento del laberinto vegetal que la envolvía. Ni una rama osó tocarla. En menos de un minuto, llegó al lugar del ataque. No se trataba de un felino, como había temido, sino de otro tipo de depredador.

Dos hombres blancos habían sorprendido sola a una mujer guaraní en la jungla, la habían reducido y le estaban arrancando la ropa a jirones. Como el puma, buscaban su carne. La chamán quedó conmocionada, llegaba preparada para enfrentarse a garras y colmillos, tal vez a la misma muerte... pero no a la maldad humana. Se acercó a ellos y les arengó en su idioma. Los hombres se miraron. No la entendían. Mientras tanto, la pobre chica pedía ayuda. La chamán agarró del brazo a uno de los hombres y lo apartó de ella, para después encararse al otro. Tan pronto como dio la espalda al primero, éste la golpeó en la cabeza con una linterna. Y se hizo la oscuridad.

Despertó con la luz de la tarde y lo primero que oyó fue el llanto quedo de la chica, que estaba arrodillada sobre ella, limpiando la herida que le había dejado la linterna. Su cabello blanco, estaba ahora recubierto de un viscoso granate, sus arrugas eran más profundas y sus ojos más negros. Abrazó a la muchacha, que había sangrado más que ella y la acompañó a la aldea. Allí preparó lo necesario para sanarla. Reunió a su familia, elaboró un ritual, preparó una pócima y la envió a descansar. Ella también hubiera querido dormir, pero no podía permitírselo. Tenía una misión que cumplir.

Desoyó el clamor de venganza de la familia, tranquilizó los ánimos y dejó claro a la tribu que nadie haría nada esa noche. Nadie saldría siquiera de su cabaña. Entonces entró en su propia morada y se preparó para un extenuante ritual. Debía ponerse en contacto con los espíritus de todas las criaturas de la jungla. Debía hablar con el río y con los árboles, con el viento y con la Luna y las estrellas. Los espíritus le debían muchos favores y esa noche iba a reclamarlos, de manera que cada animal, cada brote, cada piedra y cada gota de agua diera caza a aquellos hombres. No tenía elección. Debía curar a la jungla del mal que la aquejaba.

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