8 de junio de 2015

El cuerpo




Perro

El cuerpo

Encontraron el cuerpo del vagabundo por la tarde, en un callejón. Había sido apaleado hasta la muerte por un grupo de jóvenes, demasiado borrachos y demasiado afortunados para concebir siquiera lo que era pasar necesidad. Había ocurrido a plena luz del día. Pero lo que realmente afectó a aquellos que contemplaron la escena fue el perro. El pobre animal yacía recostado al lado del que había sido su amo, confundido y asustado. Todo el que miraba a sus ojos podía ver la muda súplica de ayuda para su compañero. Todos apartaban la mirada, algunos con rabia hacia sus jóvenes asesinos, otros con infinita tristeza. Nadie podía hacer nada.

El animal debió haber tratado de defender a su amo, porque también había sido golpeado. El forense que examinó al vagabundo, incapaz de mirar hacia otro lado, lavó y desinfectó las heridas del can. Debería haber llamado a la perrera, pero no lo hizo. Ninguno de los presentes lo hizo. Nadie pudo. Incluso cuando metieron el cuerpo del hombre en una bolsa de plástico y se dispusieron a transportarle, el perro siguió a su lado. Los funcionarios lo permitieron, porque la tristeza en los ojos del animal era tan patente que desarmaba a cualquiera que posara su vista en él.

Así, llevaron a ambos al depósito en una camilla; el vagabundo en una bolsa de plástico y el perro sobre su regazo. Cuando lo dejaron ante la cámara frigorífica de la morgue ya había caído la noche. La burocracia siempre se cobraba su tiempo. El cuerpo pasó varios minutos en la sala vacía, esperando su turno mientras los funcionarios rellenaban papeles. Pero su turno no llegó.


La bolsa empezó a moverse y, haciendo gala de una gran fuerza, el cuerpo sin vida del vagabundo la reventó y consiguió liberarse de ella. El perro empezó a menear la cola excitado y después a lamer la cara del cadáver, cubierta de sangre seca. Sus ojos sin vida se posaron en el animal. A pesar de que lo que quedaba de él estaba prácticamente destrozado, sus movimientos eran rápidos y fluidos. En un solo gesto, posó su mano destrozada sobre el cuello del animal. Entonces empezó a acariciarle.

El hombre había vuelto de entre los muertos para cuidar de aquello que le había sido más querido en vida. Aquel perro era lo único que había amado y su alma jamás hubiera podido descansar sabiéndolo desamparado. El zombi se levantó de la camilla y se dirigió a la puerta, seguido de su fiel compañero. Esa noche ambos cazarían y se alimentarían juntos. Devorarían la carne de aquellos malnacidos que habían pegado a su perro.

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