17 de junio de 2015

Masai

León caminando por el Masai Mara


Masai

Recuerdo aquella tarde como si hubiera sido ayer. Caminaba bajo el ardiente Sol de la sabana acompañado por mi guía, yo armado con mi cámara y él con su rifle. Aún sonrío cada vez que pienso en su franca sonrisa y sus respetuosos modales. También me río a carcajadas cada vez que recuerdo la cara que ponía cuando me veía untarme todo tipo de ungüentos para protegerme del Sol. A él no le hacían falta y estoy seguro de que pensaba que yo estaba algo loco por embadurnarme con aquella grasa blanquecina, pero era demasiado educado como para decírmelo. Por aquél entonces yo era un fotógrafo freelance y había viajado a Kenia para capturar imágenes de su fauna y su flora. Ese día en concreto estábamos tras la pista de dos leones hermanos que habíamos divisado a lo lejos en varias ocasiones. Pero claro, yo quería primeros planos.

Estábamos buscando un lugar que ofreciera una buena perspectiva de la zona, para sentarnos a esperar. No nos habíamos alejado demasiado del coche (nunca lo hacíamos) cuando noté que algo iba mal. Como siempre, la principal señal para un europeo de que algo va mal en la sabana africana, era que mi guía estaba inusualmente alerta. Me quedé mirándole, a la espera de instrucciones. Entonces, sus ojos se abrieron y señaló hacia adelante. Era un león, un enorme león macho de imponente melena y poderosa complexión. Era uno de los dos hermanos que estábamos siguiendo.

La criatura estaba a unos trescientos metros de nosotros y se nos quedó mirando fijamente. Mi compañero permaneció absolutamente inmóvil, pero yo no pude evitar el impulso y cogí la cámara para capturar alguna imagen de tan magnífico animal. Al parecer, no le gustó. Tan pronto me moví, la bestia empezó a correr hacia nosotros. Mi guía chistó, disgustado por mi imprudencia, apuntó su rifle y disparó. El arma, que había visto tiempos mejores, se encasquilló. Entonces él me agarró del brazo para obligarme a seguirle y emprendió la carrera hacia el coche. Recuerdo que me gritó algo en su lengua que no entendí. Siempre he pensado que dijo "¡Corre, idiota!", probablemente por la exactitud y adecuación a las circunstancias.

Él me tomó ventaja rápidamente, ya que su forma física era mucho mejor que la mía. Pero, por si mi estupidez y mi lentitud no fueran suficiente motivo para la selección natural, intervino también mi torpeza. Tropecé y me caí al suelo de bruces. Desde mi posición, pude ver como el guía estaba abriendo la puerta del copiloto del coche y accediendo a la guantera. Buscaba la pistola. Entonces me di la vuelta y me incorporé tan rápido como pude. Tenía al león encima. Apenas estaba a cinco o seis latidos de mi y en ese momento mi corazón latía a toda velocidad. Recuerdo que pensé que era mi final. Pero me equivoqué.

Un grito hendió el aire y el león se detuvo en seco. Se giró para ver cómo un hombre prácticamente desnudo y apenas armado con un palo corría hacia él. Era un hombre negro de casi dos metros de altura, vestido con una especie de túnica roja que corría con largas zancadas. Su largo cabello recogido vibraba con cada paso y su vigoroso brazo sostenía en alto una lanza. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, pues tenían una mirada profunda y serena que parecía capaz de ver más allá de lo mundano. A pesar de la distancia, pude ver reflejada en sus ojos la muerte del león. Él también debió verla. Tan pronto divisó al hombre, el león huyó en dirección opuesta, dejándome a mí todavía aterrorizado y también un poco sorprendido de no estar muerto.

Cuando el hombre llegó a mi altura, me sonrió y me miró a los ojos. Aquellos ojos conservaban la dureza con la que habían mirado al león, pero había también en ellos dulzura y curiosidad. Me preguntó algo en su idioma. Yo, un poco aturdido, le dije "Muy bien, gracias". Él no me entendió, pero sonrió de nuevo. Entonces llegó mi guía y se puso a hablar con él, se abrazaron y el extraño siguió su camino. Recuerdo que entonces le pregunté a mi compañero que si los leones temían tanto al ser humano como para huir de él, por qué nos había atacado aquél animal a nosotros. Mi guía me respondió que el león no teme a los hombres, sino a los guerreros. El león teme al Masai.

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