12 de agosto de 2015

Perdida


calle de noche

Perdida

Llego demasiado pronto, como de costumbre. Aguardo en la portería mientras reviso el aspecto de mi pelo en el reflejo del cristal de la puerta. Cualquier cosa con tal de distraerme del nerviosismo que me atenaza. Miro mi reloj de muñeca. Cinco minutos más.

Dejo vagar la mirada y contemplo la calle con la pálida luz que ofrece el alumbrado eléctrico. Esta noche hay luna nueva y apenas pueden verse estrellas en el cielo. Tampoco puede decirse que haya mucha gente en la calle, de manera que dirijo mi atención a los árboles que pueblan la acera, mecidos por la brisa y también a los montoncitos de hojas que arrastra el viento. Siento un escalofrío. Es hora de picar al interfono.

Tras pulsar el botón, una voz dulce de mujer me contesta y mi corazón se desboca. Si los minutos que me contuve para evitar llegar demasiado pronto se me hicieron largos, los instantes que preceden a su aparición se me hacen eternos. Le doy la espalda a la puerta, para intentar serenarme y que ella no pueda leer el nerviosismo en mi rostro. Entonces oigo la puerta abrirse y me giro con una sonrisa. Es impresionante.

Su cabello de azabache y su tez de alabastro cincelan un rostro perfecto, sus ojos del color de la miel son aun más dulces que ésta y el traje negro con que ha elegido engalanarse moldea su figura de un modo etéreo. Casi diría que flota a mi lado camino hacia el restaurante. Su voz despierta en mi mente ecos de pasión y de dicha, su conversación es amena y su risa sincera. Tanto me maravilla que su mera presencia distorsiona mis sentidos y antes de que me dé cuenta estamos sentados en una mesa del restaurante, leyendo la carta. Y es que no soy siquiera capaz de decir dónde estoy si no aparto antes mi mirada de ella.

Pedimos, hablamos, comemos, bebemos, reímos y disfrutamos en esta fantástica velada. Entonces, antes de abandonar el restaurante y dar rienda suelta a la pasión, sacamos el móvil. Conectamos ambos dispositivos entre sí e iniciamos la aplicación. Veo la decepción en su rostro. Se levanta y se va, dejándome a solas con mis pensamientos.

Pensé que iba a ser una gran noche, incluso me permití forjar esperanzas. Ella me gustaba de verdad. Por desgracia, nuestros móviles han determinado que somos incompatibles.

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